miércoles, 2 de junio de 2010








Scene one.


Tras su vuelta, a la víspera de mi cumpleaños,
percibí sus cambios.

Su cambio físico me asombró, sí. Pero, no era lo realmente importante. Era su aura distinguida lo que más llamó mi atención. Nunca pensé que aquel muchacho pelinegro me atrajese tanto, no podía dejar de observarlo.
El color de su pelo era diferente, el blanqueamiento de su perfecta piel era algo magnético y su forma de mirarme, indescriptible.
Al cruzar la puerta ni musitó palabra. Directo, como una suave brisa sin obstáculos, cruzó el umbral que nos separaba, y me abrazó.

Tan tiernamente, que quise llorar.

Me miró, y me besó. Y yo aún en shock, lo miraba perpleja, con expresión de tristeza y amor fundiéndose.

- Feliz cumpleaños. - dijo.
- Te echaba de menos... - dije.

Y en ese instante se acabó la conversación, seguido de hermosas miradas.



Scene two.


El sonido molesto de la programación del televisor esta vez era secundario, porque esta vez mi atención era totalmente para él.
Esa imagen parecía irreal. Como una escultura perfecta, pero desmoronado en sus pensamientos. Fumaba, por la ventana, con rostro despreocupado, pero no salía de su mente.
Tuve un flash momentáneo, un recuerdo que ni sabía si era mío.
Dejé de mirarle, acomodándome en la cama, miré al techo pero sin verlo, mirando dentro de mí.
Su imagen me recordó a una escena de mi infancia, es más, se grabó tanto en mi memoria que puedo asegurar que soñé repetidamente con ello.

Recuerdo que estaba en el salón, jugando o algo similar, y mi madre entró por la puerta de la entrada y quedé como hipnotizada. No por ella, sino, porque vi que después de entrar ella entró un ángel. Alto, bello e inmaculado. Abriendo sus enormes alas blancas.
Todo lo veía como ha cámara lenta. Sus alas se desplumaban, morían. Y una luz a sus espaldas, blanca y resplandeciente, aumentaba brutalmente.

No recuerdo que pasó después de aquello.

Me acuerdo de su mirada, sé que quería decirme algo. Y aún me hace sentir inquieta.
Sólo sé que le pregunté a mi madre que si los ángeles de la guarda existían.

Pues esa mirada, ése ángel. Me pregunto si eras tú.
Pensé tantas cosas allí tumbada mirando el techo, pensé tanto en ello, que me dormí. Y cuando me desperté de madrugada, no recordaba cuando había cerrado los ojos. Pero, no me importaba, porque ya no estabas en la ventana. Sino, acostado a mi lado, como hace mucho tiempo.



Scene three.


Sé que sabías que te estaba mirando, eres la mejor persona que existe para mirar, porque no reaccionas, te dejas mirar. Sé que sabías que me había despertado, porque te rejuntaste más a mí.

Y empezaste a hablarme, de repente, de los glaciares.

Me dijiste que te sentías como uno de esos icebergs de los glaciares, de esos que tienen muchos años de existencia, que se encuentran en mitad del inmenso océano, de esos que no ve nunca nadie. De esos, que su hielo se vuelve de tono azulado, porque ya no tiene nada de aire entre sus grietas. De esos fríos, congelados y estáticos.
Todo eso me dijiste, mientras no apartabas la mirada del techo, me cogiste la mano.

Y me puse muy triste.

Y cambiaste de tema, tan rápido como un suspiro, a la pantomancia. Y yo no sabía que era eso exactamente, y me dijiste que era como el arte de entender el significado de ciertas cosas, concretamente de los encuentros con animales.
Si te encontrabas con un zorro, un pájaro, un gato... daba igual, siempre tenía un significado, un porqué. De algo que fuese ha ocurrir, una noticia importante, o sobre tí mismo.


Aveces no sé que quieres decirme con ciertas cosas, sabes.
Pero, tú a mi me recuerdas a un lobo.


Me siento bien contigo.