martes, 8 de marzo de 2011



Se paraba a escuchar su propio corazón, evadiéndose de todos los sonidos restantes del exterior, los coches de la calle, el rumor de la televisión encendida del cuarto contiguo, el clic-clac de las manecillas del reloj de la pared, el susurro del viento contra la persiana... mentalmente se introducía en su cuerpo, cerraba los ojos, y lo veía todo desde el interior hacia fuera, como si sus órganos, sus huesos, sus músculos, su piel... fuesen transparentes, y ella estuviese acurrucada ahí dentro, mirándolo todo de otra manera, sentía que le tapaba su propia calidez corporal, y notaba un pequeño cosquilleo, escuchando ese bum-bum, bum-bum, que ensordecía tiernamente sus oídos. Y de repente, despertaba de su propio trance, escuchando de golpe todo esos sonidos que había apagado, todo ese ruido. Viéndose sentada en su cama, a oscuras, soltó una sonrisa irónica. Recostarse en la cama era como dejarse morir, sentía que todo su cuerpo pesaba veintiocho veces más de lo que pesaba en realidad. Pensaba en ella, y se dormía. Algo en su subconsciente estaba inquieto, no sabía cuanto tiempo llevaba dormitando, pero sabía que pensaba en ello, sabía que no dormía tranquila. En un segundo inesperado, se veía despierta, mirando el techo, se incorporaba y se alborotaba el pelo, se mordía los dedos. Necesitaba esa droga. Cerraba los ojos, y calmaba su respiración. Y al echar la vista hacia atrás, la veía dormida entre sus sábanas. Pero sabía que no estaba ahí, que es lo que quería, lo que necesitaba. Suspiraba, sonreía y se volvía a acomodar, hasta dormirse. Sabía que necesitaba esa droga.
Esa droga que son sus besos.